No se puede vivir siempre al límite

Thues, Gorges de Carança


Hace un par de semanas tuve una conversación con una amiga que es psicóloga en una consultoría y que en ocasiones tiene que valorar a las personas antes de entrar en un puesto de trabajo y entre los parámetros que maneja, trata también sobre la presión que son capaces de soportar.

Comentando sobre varios temas, sacamos a colación el asunto de las diferentes filosofías de gestión que existen en la empresa.

Principalmente y simplificando mucho hablamos de que habíamos encontrado dos tipos de gestión: buenrrollismo y malrollismo.

Buenrollismo: Se trata de gestores empresariales capaces de generar un ambiente positivo en la empresa donde las personas pueden desarrollar todo su potencial. Los fallos se pueden corregir y se aprende de ellos, por lo que no existe un terror al fallo sino que se evita de forma razonable.

Malrollismo: Por contraposición existen otros jefes que prefieren mantener a las personas en un ambiente de continua crispación, miedo y lucha constante. Su filosofía está basada en que si las personas se relajan en el trabajo y se les permite fallar sin un correctivo adecuado, entonces el rendimiento empezará a descender.

He conocido a personas que trabajan en ambos extremos de la línea, y también a algunos que trabajan en un continuo cambio entre uno y otro punto. Los extremismos siempre son malos y eso es algo que también se aplica a este caso.

En el extremo del buenrollismo encontramos a estos jefes que no se ocupan de sus colaboradores. Creen en la libertad total de acción y ni siquiera los objetivos son importantes para ellos. En este punto lo que realmente peligra es su propio puesto de trabajo, ya que antes o después tendrán que responder ante sus superiores, y es que al fin y al cabo todos tenemos alguien por encima.

El malrollismo extremo tiene muchos adeptos y de hecho, el otro día leía un artículo que lo defendía a ultranza, hablando de lo importante que es mantener a las personas en una constante crisis para sacar lo máximo de ellas.

No debemos olvidar nunca que al fin y al cabo somos animales, que evolucionamos desde seres anteriores en el tiempo (a no ser que seas creacionista). Suponiendo que somos seres más evolucionados (cosa que en muchas ocasiones dudo) nuestros mecanismos de acción reacción deberían ser diferentes a los de los reptiles, aves e insectos. Uno de los mecanismos ancestrales de reacción es el llamado lucha-huída, por el que lo único que podemos hacer en una situación de estrés extremo, enfrentamiento o posible lucha es luchar o huir. Sin embargo, este mecanismo, que suele requerir de una toma de decisiones muy rápida y extremista, valorando nuestras potencialidades y capacidad de ganar o perder, sólo se utiliza en la naturaleza de forma excepcional.

Si fomentamos este tipo de comportamiento crítico y violento durante las 8 horas de trabajo, 5 días a la semana, el mecanismo que teóricamente está diseñado para funcionar excepcionalmente, se saturará. Hay que tener en cuenta que las hormonas que se generan durante este periodo de estrés tardan un tiempo en eliminarse del organismo, y si inundamos nuestro riego sanguíneo con continuas descargas de hormonas relacionadas con el estrés, lo único que conseguiremos es saturar el organismo de estas hormonas, con las consecuencias que ya todos conocemos: estrés, problemas cardiacos, síndrome del burn-out, etc.

Como siempre, lo ideal es el equilibrio, aunque mi amiga me decía que prefería que el modo de gestión fuera tendente a favorecer un buen ambiente de trabajo con objetivos adecuados, alcanzables y a corto plazo más que objetivos inalcanzables a largo plazo.

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