Cuando te crees un unicornio pero en realidad eres Ralph Wiggum con un helado en la cabeza

Stellina


Hace poco una amiga que trabaja en selección de personal en una consultoría de mi ciudad me contaba que se le presentó un caso muy curioso:

Tenía una entrevista con un candidato a puesto de gerente de ventas en una empresa del sector industrial de una ciudad vecina. El candidato realmente era interesante: había trabajado en un par de pequeñas empresas en temas de ventas y además contaba con una formación más que adecuada, aunque curiosamente los trabajos no habían durado mucho. A la hora convenida la llamaron por el intercomunicador de su empresa para hacerle saber que había llegado el candidato:

- Buenos días, Isabel. Ha llegado el candidato de las 10... Creo.
- ¿Cómo que crees? - preguntó mi amiga.
- Enseguida lo entenderás. - susurró la recepcionista.

A los pocos segundos llamaron a la puerta de su oficina y apareció el chico de la foto del currículum. Sin embargo, del cuello hacia abajo, los parecidos con un gerente de ventas iban diluyéndose.

Según Isabel me lo describió era así: camiseta blanca con una de las mangas descosidas, pantalón corto vaquero con varios rotos y unas sandalias de playa.

La conversación transcurrió más o menos en estos términos.

- Buenos días, Fernando. Puedes tomar asiento.
- ¡Gracias, tía! - dijo mientras tomaba asiento en uno de los sillones de la oficina de mi amiga.
- ¿Te ha resultado difícil encontrar nuestra oficina?
- No, jajaja. Pero tu compañera de recepción me ha confundido con alguien de una agencia de transportes que venía a recoger un sobre. Jajaja.. ¡Menuda idiota!

Mi amiga no salía de su asombro de que un chico que se postulaba al puesto de gerente de ventas se presentase en la entrevista de trabajo vestido de aquella manera y con esas formas tan fuera de lugar.

Voy a resumir la entrevista todo lo que pueda. Parece ser que el chico estaba convencido de que el aspecto exterior no era importante porque había leído varios libros sobre Steve Jobs y las formas que utilizaba durante los primeros años de Apple. Según me dijo, en su casa y a veces por la calle le gustaba andar descalzo para "sentir el contacto con la madre Tierra", al igual que hacía Jobs.

TIME - Steve Jobs

Al comentar con ella este asunto, me hizo algunas preguntas que son importantes:

"Está claro que pretendía comportarse como Steve Jobs, pero... ¿Podía permitirse comportarse como Steve Jobs? ¿Era Steve Jobs?"

La conversación continuó de forma que Isabel le indicaba que para el trabajo debería de llevar una ropa un poco más estándar como por ejemplo pantalones largos, polos, camisas, zapatos cerrados, etc. Fernando dijo que no estaba dispuesto a "perder su individualidad" para acceder a un puesto de trabajo y que si lo querían como gerente de ventas tenía que seguir siendo él mismo.... o al menos lo que él creía que era su yo.

De hecho, al final la conversación giró en torno a la indumentaria del chico, pero los estudios y experiencia quedaron en un segundo plano. Una pérdida de tiempo en mi opinión.

Ni que decir tiene que el chico no fue seleccionado para el puesto.

Estoy seguro de que muchos de los lectores de este artículo pensarán que Isabel tenía que haberlo seleccionado y haber dejado que se presentase ante su nueva empresa, clientes y personas a su cargo en pantalón corto, camiseta y sandalias, pero... yo no lo creo así realmente.

Este caso que es un poco extremo es lo que ocurre últimamente con la obsesión que tenemos todos que querer convertirnos en algo especial. Todos queremos ser especiales. Está claro que todos tenemos nuestras particularidades, pero hacer de la parte un todo, creo que es un error.

No me considero especialmente Eurofan, pero el festival de Eurovisión me va a servir de ejemplo muy claro. Se trata de un festival en el que en los últimos años casi se ha dado más importancia a la presentación y puesta en escena que la propia parte musical. Consecuencia: El festival se ha convertido en un desfile de estridencias que compiten a ver cuál llama más la atención.

Algo parecido está ocurriendo en el mundo empresarial. Confundimos nuestras virtudes particulares que debemos potenciar y que son las que nos hacen especiales realmente y nos potencian como un valor para la empresa; con simples caprichos externos que sólo son modas pasajeras.


Me recuerda un fragmento de un episodio de Los Simpsons en el que el hijo del jefe de policía Wiggum se pone un helado en la cabeza simulando un cuerno y dice ser un "unitard".

Todos queremos ser unicornios, seres mitológicos bellos, rápidos, etc... y al final la mayoría sólo llega a ser Ralph Wiggum con un helado en la cabeza.

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